Reflexiones a final del curso. Crónica de un éxito improbable.

Reflexiones a final del curso

Redacción PETALES

Equipo de redacción de Petales España.

Reflexiones a final del curso. Crónica de un éxito improbable.

Ahora que se acerca el final de este curso , 1ºde la ESO para mi hijo, él lo está afrontando ya algo cansado pero, sobre todo, con bastante tranquilidad e incluso alegría. Ahora  veo como se levanta por las mañanas él solo , eso sí después de llamarlo varias veces y con la hora muy justa , pero sin tener que enfadarme y sacarlo casi que a la fuerza de la cama. Mientras vamos hablando camino del instituto o va cantando y le veo contento y hasta ilusionado o , a veces, vamos serios y yo algo enfadada porque ha remoloneado mucho y va a llegar cinco minutos tarde y él me dice que lo importante es que se está esforzando y que confíe en él, que al día siguiente va a intentar levantarse más temprano.

Ahora que llego por fin tranquila a mi trabajo…, no dejo de pensar en otros finales de curso ( y otros comienzos ) que no han sido así, y recuerdo su angustia, sobre todo, pero también la mía y no voy a olvidarlo nunca , sé que no podría aunque quisiera, pero no quiero , porque el recordarlo me da fuerzas para hacer todo lo que está en mis manos y más aún para intentar que mi hijo no pase otra vez por eso.

Por eso quiero  escribir este testimonio; por si, en algún momento, pudiera ayudar a alguna familia, colegios o profesionales que estén pasando por una situación parecida. Quiero hacerlo también a modo de reconocimiento para:

  • Mi hijo, en primer lugar, porque es un VALIENTE , y por todo lo que se está esforzando para superarse y mejorar y no me refiero solo a lo académico, sino en todos los aspectos .
  • También a mi familia por estar a nuestro lado y apoyarnos siempre.
  • A los profesionales de la educación (maestros, orientadores, educadores, profesores …) y de la sanidad (pediatras, psicólogos…), que nos han apoyado y ayudado y que se han implicado no solo profesionalmente sino también personalmente y nos han dedicado parte de su tiempo incluso fuera de su horario de trabajo. (También es verdad que ha habido profesionales de ambos ámbitos que no han podido, o no han sabido ayudar o, simplemente, no lo consideraban necesario; pero esa es otra cuestión y podría dar para otro testimonio)
  • Y, por último, a esa red de apoyo que tejen las amigas, sin ella no hubiéramos llegado a este puerto.

Reflexiones a final del curso

Comienzo,  pues,  con su historia.

Mi hijo empezó en el Colegio cuando todavía no había cumplido tres años y quitando la época de infantil en la que iba contento y cuya maestra aún hoy recuerda con cariño , el resto de los cursos , en general , iba sin ganas, protestando muchas veces, se mostraba muy cansado y sin ilusión.

Especialmente difíciles fueron el final de curso de primero de primaria y los cursos enteros de tercero y cuarto. El año que más a gusto estuvo fue cuando repitió cuarto de primaria ( es verdad que le costó hacerse a la idea, lloró mucho ese verano y le dolió perder a sus compañeros de clase ). Le costó ir a clase el primer dia pero, en una semana estaba adaptado a su nuevo grupo, Los compañeros le aceptaron muy bien y académicamente mejoró ( solo ese curso, en los siguientes volvimos a más de lo anterior). Lo que más influyó en todos estos cambios positivos fue su nueva tutora. Ella entendió desde el principio a mi hijo y las dificultades que tenia y supo cómo ayudarlo y motivarlo.

Cuando empezó quinto las dificultades fueron en aumento y volví a solicitar, por segunda vez, una valoración psicopedagógica . A raíz de esta valoración y de las recomendaciones dadas por el nuevo orientador que empezó a preocuparse y ocuparse de mi hijo empezó a tener apoyo de PT y AL en sexto curso.

Pero el daño ya estaba hecho. Aunque es verdad que cuando estaba en clase de apoyo ( le sacaban fuera del aula) estaba bien, y trabajaba mucho mejor, pero estaba muy agobiado y saturado de colegio. Tenía miedo a suspender y cada vez me costaba más que se levantara para ir a clase hasta que en marzo del curso pasado empezó a negarse en rotundo a ir al colegio.

Cuando llegaba la hora de irse a la cama empezaba a ponerse nervioso, no se podía dormir, lloraba, decía que estaba deprimido y triste, le entraba un miedo horroroso, miedo a la oscuridad (aunque la luz estuviera encendida) a que alguien le hiciera daño; le daban las 12 ó la 1 llorando…

Por la mañana manifestaba que no se encontraba bien: le dolía la cabeza, estaba mareado, cansado, dolor abdominal, así empezaba el repertorio…., de ahí pasaba al llanto y la desesperación, decía que el colegio era una “cárcel “ para él y que sufría mucho allí y cosas parecidas (Podía llevarse llorando 1 ó 2 horas sentado en el suelo en un rincón ). Había días que llegaba una hora más tarde a clase.

Puse en conocimiento del colegio ( orientador, tutora, equipo de apoyo y dirección) lo que estaba ocurriendo. El orientador me decía que estaba haciéndolo bien y que siempre debía llevarle, aunque llegara tarde, pero que era importante que no se quedara en casa.

Ahí me di cuenta de que ellos no comprendían realmente lo que mi hijo estaba pasando y la situación que vivíamos en casa y eso me llevó a grabar un día un audio para que escucharan realmente como mi hijo lloraba, las cosas que decía y el estado de nerviosismo y ansiedad que tenia y se lo llevé al orientador para que lo escuchara.

Por otro lado, yo solo podía llevarlo si al final el accedía a ir ( unas veces lograba convencerlo por las buenas y otras veces cedía ya agotado ) pero si no, era imposible , tenia doce años, no era un niño pequeño al que pudiera llevar a la fuerza.

Fueron unos meses de mucha tensión y sufrimiento para los dos, yo ya me levantaba angustiada y no siempre reaccionaba bien ante sus quejas y negativas para levantarse, aunque intentaba mantener la calma, a todo esto le sumaba mi preocupación y las prisas por mi trabajo y muchas veces acababa haciéndole reproches y amenazándole, con lo cual iniciábamos una lucha en la que los dos salíamos perdiendo.

Ante esta situación empezamos a pensar en los motivos para esta negativa a asistir al colegio, y no parecía haber uno en concreto o un hecho determinado que lo hubiera provocado. En clase realizaron sociogramas ( creo que se llama así ) y otros tipos de actividades en grupo destinadas a detectar si sufría acoso por algún compañero o era rechazado por ellos , pero no había indicio de nada de eso, le observaban en los recreos y en la manera de relacionarse con los compañeros y su relación era buena ; el bullying no parecía ser la causa de esta especie de “fobia escolar “ que mi hijo tenía.

Es verdad que no congeniaba mucho con su tutora, el decía que estaba cansado de que le llamara tanto la atención y que ella no le creía capaz de hacer las cosas bien.

No sé muy bien el motivo, pero siento que llegó un momento en el que la gota colmó el vaso , el vaso de seis años de frustración en el colegio y de no verse reconocido su esfuerzo. Ni siquiera en la asignatura de Educación Física, en la que siempre ha destacado pero en la que su nota solía ser de “bien”( un 6 ), exceptuando un curso en el que él estaba muy contento con el profe de E. Fisica (ese año tuvo “notable) y otro curso en el que fui a hablar con el profesor estando tan enfadada e indignada que, en ese trimestre, le puso de nota sobresaliente (yo creo que para que no fuera más a hablar con él).

Mientras seguíamos intentando averiguar qué había motivado esta situación las medidas que tomamos después de hablarlo y ponernos de acuerdo con el equipo de orientación fueron:

  • En el colegio disminuyeron las exigencias académicas , no en cuanto a objetivos sino más bien en la manera de conseguirlos. Se quitó peso e importancia a los exámenes (o se le facilitaba hacerlo con el equipo de apoyo y a primera hora de la mañana) , se valoraba más el esfuerzo y el trabajo diario; al igual que en casa.
  • Los días que llegaba más tarde e iba nervioso, en vez de subir a clase directamente se quedaba con la PT ó AL, hablando con ellas o “ayudándolas” a realizar alguna actividad, hasta que se encontraba más tranquilo y subía a clase. Ellas supieron comprender que en él lo emocional repercutía mucho en lo académico y sabían motivarlo para que se esforzara y trabajara a la vez que le hacían sentirse bien.
  • Utilizábamos mucho el refuerzo positivo por vencer el miedo e ir al colegio aunque llegara tarde.
  • El orientador, cada mañana, más o menos a la hora en que mi hijo se tenía que levantar , me enviaba un whatsapp para preguntarme como se presentaba la mañana y si hacía falta llamaba y hablaba con el por teléfono, le tranquilizaba y animaba para ir al cole y muchas veces lo conseguía . Esto lo hizo cada día durante más de tres meses (cuando el solo iba al colegio de mi hijo una vez a la semana, pues el resto de los días iba a otros centros) y como una hora antes de empezar su horario de trabajo e, incluso, en dos o tres ocasiones en las que mi hijo se negaba rotundamente a ir al cole, vino a casa nuestra casa.
  • Muy importante fue para mi hijo su Maestra de Música, que, además de hacerle disfrutar en sus clases, le hizo sentirse querido y, si era necesario, salía a la calle a buscarle algún día cuando en la puerta del colegio se negaba a entrar; y se quedaba con él, sentados, en las escaleras, hasta que se tranquilizaba y entraba con ella. Fue para él una persona a la que recurrir cuando estaba agobiado y a la que abrazaba, con fuerza, como pidiéndole ayuda y a la que llegó a hacer llorar de emoción.
  • Otra persona que ayudó mucho a mi hijo fue la Jefa de Estudios del Colegio. Ella fue su tutora el año que repitió cuarto curso y desde entonces y hasta ahora siempre se ha preocupado por él, tanto en el ámbito escolar, luchando , cuando hacía falta, para que recibiera la atención que necesitaba, como personalmente. Para mí fue un alivio encontrarme con ella, pues fue la primera persona que empezó a entender las dificultades y las necesidades que mi hijo tenía y la primera vez que yo sentí que no me trataban con condescendencia. Hoy puedo decir que tengo una amiga más.
  • Otra gran ayuda en todo este proceso fue su pediatra, gran profesional y mejor persona, que era conocedora desde siempre de sus dificultades en el ámbito educativo y que nunca tuvo ningún inconveniente. Es más, se brindo a verle cuantas veces fuera necesario, fuera de hora y sin cita. Cuando él se encontraba mal pedía ir a la pediatra porque le dolía mucho la cabeza o estaba mareado y para allá que nos íbamos a la consulta y después de estar con ella iba más tranquilo al colegio. Además de ofrecernos todos los recursos que estaban a su alcance.

A pesar de todas esas medidas, muchas mañanas se seguía negando a ir al colegio, le costaba muchísimo separarse de mí. Una vez allí, me decían que cada vez se le veía más a gusto y, aunque los días en que no acudió al centro serían tres o cuatro, en total y no seguidos; la verdad es que el salir de casa le costaba muchísimo.

Probamos a quedarse a dormir a casa de un amigo y allí se levantaba sin problema e iba bien a clase. Por el contrario, si era el amigo el que venía a dormir a casa no teníamos tan buen resultado, volvía a ocurrir lo mismo(negativas, llanto…)

El orientador me sugirió que, quizás, el desvincularme yo de llevarle al colegio podría venirle bien y yo estuve de acuerdo en intentarlo. Pero era necesario encontrar una persona de confianza, que conociera a mi hijo y lo que estaba pasando y que fuera capaz de empatizar con él.

Por suerte había una persona que reunía todas esas características, la madre de uno de sus amigos y compañero de clase y amiga mía que conocía todo por lo que estábamos pasando. Ella quiere mucho a mi hijo y le entiende bastante bien, si no hubiera sido por ella no sé como hubiera acabado el curso.

Empezamos con los días en que le llamaba y se negaba a levantarse, yo me iba a trabajar ( en vez de intentar convencerle y que cada vez se pusiera más nervioso) , le decía que un poco más tarde vendría mi amiga y si se encontraba mejor le llevaría al colegio. Ella venia después y hablaban un rato o jugaban o veían fotos y cuando él estaba más relajado le llevaba al colegio, muchas veces era media o una hora más tarde.

Cuando vimos que eso funcionaba le dije que yo tenía que irme más temprano a trabajar y que, como el ya iba siendo mayor confiaba en que se levantara solo, yo dejaba puesto el despertador y cuando sonaba el se levantaba, se vestía y desayunaba y luego pasaba mi amiga a recogerlo para llevarlo al colegio junto con sus hijos y llegaba a primera hora.

Los primeros días todo fue bien, pero una mañana me llamó por teléfono y cuando lo cogí empezó de nuevo el llanto y la angustia, y ese día no fue a clase. En los días que siguieron las cosas empeoraron, siguió llamándome por teléfono pero yo no lo cogía, con la excusa de que el trabajo no me lo permitía(un día llegó a llamarme unas diez veces en veinte minutos). Para mí era muy angustiante no coger el teléfono e imaginarme lo mal que lo debía estar pasando. Al final acababa levantándose y yendo al colegio y, aunque algunos días iba algo triste, cuando volvía venia más contento. Las llamadas de teléfono se fueron extinguiendo poco a poco y en unos días cada vez salía más contento del colegio al ver que era capaz de afrontar ese miedo y de que lo iba superando. Ya pasadas unas tres semanas del curso, a pesar de estar ya muy cansado, iba sin ningún problema y continuamos así hasta final de curso.

En el último mes el orientador hizo una ampliación en su informe psicopedagógico en el que explicaba lo ocurrido los últimos meses y aconsejaba que, desde el principio del curso siguiente, hubiera una persona ( el educador social del instituto parecía la más adecuada) que estableciera una comunicación y vínculo con él y fuera alguien de referencia a la que pudiera acudir si tenía problemas o no se encontraba bien.

Después de todo este periplo llegaron las vacaciones, disfrutamos del verano y el tiempo pasó tan rápido que, sin darnos apenas cuenta, llegó septiembre y la vuelta a clase , esta vez ya en el instituto.

De mis vacaciones de verano había dejado una semana para septiembre y unos días antes de empezar el curso allí estaba yo, hablando con la orientadora y la educadora social comentándoles lo sucedido (aunque todo estaba en el informe que , desde junio, el equipo de orientación había mandado al instituto) y viendo que podríamos hacer si volvía a repetirse la situación. La primera impresión fue buena, parecía que entendían el problema y entre todos íbamos a hacer lo posible para que no se repitiera.

Empezaron las clases y los tres primeros días transcurrieron más o menos con normalidad pero, al cuarto día,  volvimos con más de lo mismo; negativas a ir a clase, quejas de malestar general, dolor de cabeza…Cuando llegamos a la puerta del instituto y se negó a bajar del coche para entrar, llamé por teléfono a la educadora social y le dije lo que ocurría. Le pregunté si habían hablado con él los días previos y no salí de mi asombro cuando me dijo que no, que aún no habían hablado con él porque estaban muy ocupados repartiendo los libros de los becarios y que no pensaban que la situación fuera tan grave y no se imaginaban que el problema pudiera surgir tan pronto. Mi enfado fue mayúsculo y mi reacción nada diplomática.

Al final, esa mañana, después de irse de la puerta del instituto y llevarlo yo por segunda vez, seguía negándose a entrar, entonces le pedí ayuda a un “chico con atuendo deportivo” que llegaba y que resultó ser el profesor de educación física ; el habló con mi hijo , le tranquilizó , le pasó el brazo por su hombro y se lo llevó para dentro .

Desde ese día empezaron a tomar medidas; hablé con todos los profesores uno por uno, decidieron que no iban a tener en cuenta los retrasos o las faltas a primera hora, la educadora hablaba con el todas las mañanas cuando llegaba, le motivaban mucho en lo que más le gusta y se le da mejor, como es la educación física.

Después de pasar el primer mes en el que , algunos días , le costaba un poco más asistir a clase y llegaba algo más tarde, cada vez se le veía más contento. Se ha ido integrando, se relaciona con la mayoría de sus compañeros , participa en las clases, juega en los recreos y creo que ha recibido casi todos los apoyos que necesitaba, tanto a nivel académico como afectiva y emocionalmente.

El instituto para él ha sido liberador, dice que está más a gusto que en el colegio y académicamente no va peor y, salvo una asignatura, creo que el resto las va a aprobar en junio. Es verdad que las últimas semanas está muy cansado y gracias a que están realizando actividades con bicicletas (circuitos, pequeñas rutas..) y a que, muchos días, va y vuelve en bici se le está haciendo más llevadero; él dice que está contento y que acertó al elegir instituto porque este es más “práctico” y los otros son más “teóricos”.

Ya mismo están aquí las vacaciones, intentaremos descansar y desconectar.

Soy consciente de que esta etapa está empezando y que el camino es largo y pueden aparecer nuevos baches, pero no importa. Por ahora disfrutaremos de este tiempo de tranquilidad y si llegan las dificultades intentaremos irlas superando, como hasta ahora.

Tenemos la excepcional ventaja de contar con una gran red de familiares, amigos y, esperemos también, de profesionales que nos acompañan y nos ayudan.

Junio /2018

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